Un Viaje al Corazón de la Hospitalidad
No hay viajero que se resista al encanto de la Rioja Alavesa, donde cada kilómetro recorrido es un sorbo de historia, naturaleza y, cómo no, vino. Aquí, la vid se entrelaza con el alma de la región, moldeando sus paisajes y su cultura. Desde las colinas que rodean el río Ebro hasta las sierras majestuosas, este paraíso vinícola promete experiencias inolvidables.
El viaje comienza entre pintorescos pueblos declarados como algunos de los más bellos de España, como Laguardia, Briones o Sajazarra. Cada rincón ofrece un equilibrio perfecto entre tradición y modernidad, historia y vanguardia, características que se respiran en su arquitectura y su gastronomía.
Si hay un lugar en el mundo donde el vino es religión y las bodegas catedrales, ese es la Rioja Alavesa. Sin embargo, este rincón mágico de viñedos interminables y pueblecitos de cuento tiene mucho más que ofrecer que copas rebosantes de Garnacha o Tempranillo. Entre tesoros paleontológicos, historia medieval y modernidad arquitectónica, he tenido el placer de vivir una experiencia que marida la esencia de la tradición y la vanguardia.
La Rioja Alavesa es un collage de colores y texturas que cambia con las estaciones. Desde los verdes vibrantes del verano hasta los dorados y rojizos del otoño, cada momento del año convierte los viñedos en una obra de arte viva. Mientras paseaba por esta tierra de contrastes, donde las cuencas del río Ebro y las sierras se abrazan, me sorprendí no solo por su belleza, sino también por su rica historia vinícola.
Villabuena de Álava: donde las bodegas superan a los habitantes
El punto de partida de mi aventura, junto al grupo de periodistas y escritores del vino (AEPEV), fue Villabuena de Álava, un diminuto pueblo con apenas 350 habitantes y una densidad vinícola que deja boquiabierto: ¡43 bodegas comerciales! Esto significa que hay prácticamente una bodega por cada ocho personas. Es como si aquí se respirara vino en lugar de aire.
Villabuena no solo destaca por sus bodegas familiares y viñedos centenarios, sino también por sus joyas arquitectónicas. Las casas señoriales de estilo renacentista y barroco, como la Casa del Indiano y la del Marqués de Solana, le dan un aire de nobleza rural. Y si buscas algo más antiguo, a apenas kilómetro y medio encontrarás el Dolmen de ‘El Montecillo’, un sepulcro de la Edad de Bronce que parece sacado de un documental de arqueología.
Hotel Viura: arte y vanguardia entre viñedos
El verdadero protagonista de mi escapada fue el Hotel Viura, un edificio que parece salido de la imaginación de un artista con alma de arquitecto. Este hotel, con sus cubos superpuestos de hormigón y acero corten, se alza como una escultura tridimensional en el corazón del pueblo. Su diseño contemporáneo no solo sorprende, sino que también se integra de forma armónica con el paisaje y las casas blasonadas que lo rodean.
Las habitaciones son un sueño de espacio y confort, con amplios ventanales que ofrecen vistas a la Sierra de Cantabria o al propio Villabuena. Y, para los amantes de lo histórico, el hotel guarda un secreto fascinante: un pasadizo subterráneo del siglo XVI que conecta la antigua Casa de Diezmos con la iglesia del pueblo, convertido ahora en una bodega perfecta para añejar los vinos más selectos.
El arte de comer y beber
En el Hotel Viura, la gastronomía es tan importante como el diseño. Su restaurante Bistró Barrica es una oda a los sabores de la región, con una carta que marida productos locales y técnicas innovadoras. Cada plato, desde el buñuelo de morcilla de wagyu con manzana hasta la lubina en papel de arroz con fondo de nécora, es una explosión de sabor que se complementa a la perfección con los vinos de la zona.
Por supuesto, las actividades enológicas son el alma de la experiencia. Desde catas guiadas en bodegas familiares hasta paseos por los viñedos, todo aquí está diseñado para que vivas el vino con todos los sentidos.
El Hotel nos ofreció una cena para degustar algunos de sus platos que armonizamos con Erre Punto Tinto 2023 de Remírez de Ganuza, que tuvo la gentileza de obsequiarnos:
MENÚ
Buñuelo de morcilla de wagyu con manzana y velo de papada Ibérica
Crema de calabaza con vieira y crujiente de Jamón.
Lubina en papel de arroz con fondo de Nécora
Pularda plancheada con cremoso de boniato.
Torrija brioche con helado.
Las cuatro estaciones de Rioja Alavesa
El calendario aquí es una celebración constante de la naturaleza y la cultura del vino. En invierno, los viñedos nevados se convierten en un refugio para disfrutar de chimeneas y brasas de sarmiento. La primavera trae consigo el renacer de las cepas y una agenda cultural llena de eventos. El verano, con su clima suave, invita a perderse por los pueblos medievales o las ciudades subterráneas creadas por los calados de las bodegas. Y el otoño, mi estación favorita, pinta los campos de tonos rojizos mientras la vendimia llena el aire de aromas dulces.
El Hotel Viura no es sólo un lugar donde alojarse, es una experiencia integral que captura la esencia de la Rioja Alavesa: su amor por el vino, su respeto por la historia y su apuesta por el diseño innovador. Es fácil entender por qué incluso el New York Times lo destaca como uno de los mejores hoteles entre viñedos.
La Rioja Alavesa, con su mezcla de historia, arte, naturaleza y vino, es un destino que deja una huella imborrable. El Hotel Viura, con su fusión de tradición y modernidad, es la base perfecta para explorar este rincón único. Porque, como me dijo un lugareño, “lo más importante no es que vuelvas, sino que nunca lo olvides”.
Un regalo para los sentidos: mi visita a Bodegas Izadi
El viaje continuaba en la Rioja Alavesa, y tras perderme entre los viñedos y la historia de Villabuena de Álava, llegué a un destino que prometía elevar mi experiencia enológica a nuevas alturas: Bodegas Izadi. Este lugar, con su fusión de tradición, modernidad y hospitalidad, no solo produce algunos de los mejores vinos de la región, sino que también invita al visitante a sumergirse en un mundo donde la viticultura es una forma de arte. No es casualidad que su nombre, signifique naturaleza.
La historia de Bodegas Izadi comenzó en 1987, cuando Gonzalo Antón, impulsado por su pasión por el vino y la gastronomía, fundó esta bodega junto a un grupo de amigos y empresarios. Desde el principio, su objetivo fue claro: crear vinos que dialogaran con la alta cocina. Gonzalo, con un profundo conocimiento del mundo de la restauración, no solo logró ese objetivo, sino que también convirtió a Izadi en un referente para los amantes del vino y los sibaritas.
La llegada de su hijo, Lalo Antón, al frente del proyecto en el año 2000 marcó el inicio de una etapa de expansión y consolidación, llevando los vinos de Izadi a mercados internacionales y extendiendo la marca a otras denominaciones como Ribera del Duero y Toro.
Un edificio singular para un vino único
La bodega, enclavada en un entorno natural privilegiado, es un ejemplo perfecto de cómo la arquitectura puede complementar el proceso de elaboración del vino. Aprovechando un desnivel de 50 metros, Izadi utiliza la gravedad como aliada, dividiendo sus instalaciones en cinco niveles para que las uvas, mostos y vinos se desplacen con suavidad, conservando su carácter y calidad.
El recorrido por la bodega me permitió descubrir esta ingeniosa estructura, donde cada espacio, desde la zona de fermentación hasta la sala de barricas, parece diseñado para mimar a la uva y al visitante.
El Regalo: una viña que cuenta historias
Una de las joyas de Izadi es el viñedo singular El Regalo, un paraje excepcional plantado en 1936 que guarda una historia tan cautivadora como su vino. Este terreno, herencia de varias generaciones, lleva en su nombre el eco de un presente de boda, un símbolo de amor que ahora se traduce en un Tempranillo de altísima calidad.
Con suelos pobres pero ricos en carácter, y un rendimiento limitado que garantiza uvas de excelencia, El Regalo es una muestra del compromiso de Izadi con la viticultura sostenible y la calidad. Pasear por estas viñas, con sus cepas casi centenarias y su tranquila ladera orientada al sur, fue una experiencia que rozó lo espiritual.
Ahí mismo, en una casita de aperos ahora convertida en una pequeña ermita, catamos los dos vinos del Regalo, blanco de Viura y tinto de Tempranillo.
La visita culminó en la zona del comedor con una parrilla en el exterior y un wine bar. En bodega degustamos distintos vinos, pero en la comida armonizamos un estupendo menú con los siguientes vinos:
Izadi Larrosa Rosé 2023. 100% garnacha.
Izadi Larrosa Blanca 2023. 100% garnacha blanca.
Izadi Larrosa Negra 2023. 100% garnacha tinta.
Izadi Crianza 2021. 100% tempranillo
Izadi Selección Tinto 2019. Con un coupage: 85% tempranillo, 12% graciano, 2% maturana tinta y 1% garnacha tinta.
Cada copa venía acompañada de un maridaje gourmet, una explosión de sabores que subrayó la filosofía de Izadi: el vino no es solo una bebida, es una experiencia sensorial.
MENÚ
Tartar de salmón ahumado
crème fraîche y pequeños brotes
Croquetitas de jamón ibérico y pollo asado
Pochas frescas de otoño a la riojana y piparras
Chuletillas de cordero al sarmiento y piquillos confitados
Torrija de pan brioche caramelizados, crema de vainilla y helado de higo.
El detalle en cada paso
Uno de los momentos más sorprendentes del día fue descubrir el Izadittone, un panettone artesanal elaborado con crema de orujo de las uvas de Izadi y chocolate. Este curioso manjar es una colaboración con Loison, un renombrado pastelero italiano, y representa a la perfección la inquietud de Izadi por explorar nuevos horizontes.
Bodegas Izadi no es solo un lugar donde se hacen vinos excelentes. Es un espacio que respira pasión, respeto por la tierra y un deseo constante de innovar. Mi experiencia en Izadi fue como un buen vino: llena de matices, con un toque de sorpresa y un final que deja ganas de más.
Así que, si estás planeando tu próxima escapada, no lo dudes. Villabuena de Álava y Bodegas Izadi te esperan con los brazos abiertos, una copa llena y la promesa de una experiencia inolvidable. ¡Salud!
Explorando la esencia contemporánea del vino en Remírez de Ganuza
Cuando pensaba que ya había experimentado todo lo que la Rioja Alavesa tenía para ofrecer, llegó la visita a Bodegas Remírez de Ganuza, un nombre que no solo resuena entre los entendidos del vino, sino que también define una nueva era en la viticultura de la región. Ubicada en Samaniego, este pequeño pueblo de apenas 300 habitantes alberga una bodega que mezcla tradición e innovación con una maestría digna de aplauso.
La magia del detalle
En 1989, Fernando Remírez de Ganuza, un apasionado del viñedo riojano decidió fundar su propia bodega. Su propósito era claro: seleccionar los mejores viñedos viejos y obtener de ellos la mejor uva posible. Así nació un proyecto que, desde sus inicios, desafió las prácticas tradicionales, sentando las bases de un estilo contemporáneo que sigue revolucionando la elaboración del vino en La Rioja.
La visita comenzó con un paseo por las 80 hectáreas de viñedo, que se dividen en más de 200 parcelas distribuidas en nueve municipios de la Sierra de Cantabria. Cada viña, con una media de 60 años, parecía contar una historia que conectaba generaciones.
Si algo define a Remírez de Ganuza es su obsesión por el detalle. Al llegar las uvas a la bodega, estas reposan durante 24 horas a una temperatura controlada de entre 4 y 6 grados antes de entrar a la mítica mesa de selección, un invento del propio Fernando inspirado en una mesa de carnicería. Allí, un equipo se dedica a inspeccionar manualmente cada racimo, asegurándose de que solo lo mejor continúe el proceso.
Al cruzar las puertas, lo primero que impacta es la limpieza. Aquí, cada rincón brilla como si estuviera esperando la inspección de un crítico obsesivo. Pero no es solo por estética; es el reflejo de una filosofía. Fernando, que cambió el comercio de uvas y viñedos por la elaboración de vinos, trae en el ADN el rigor de su origen familiar en el sector cárnico. Este meticuloso cuidado, casi quirúrgico, se siente en cada etapa del proceso.
Un paseo por la sala de barricas es prueba irrefutable: cada tapón de barril lleva una protección —desde servilletas hasta tapas recicladas— diseñada para recoger cualquier gota rebelde. Es un detalle curioso que habla a gritos de su obsesión: aquí, nada se deja al azar. Porque, según parece, en este universo vinícola cada gota cuenta… ¡literalmente!
Una de las innovaciones más sorprendentes que descubrí fue el método de separar los racimos de uva tempranillo en hombros y puntas. Los hombros, que son las partes con una maduración fenólica perfecta, se destinan a los vinos de mayor crianza, como el Remírez de Ganuza Reserva y Gran Reserva. Las puntas, en cambio, son el alma del Erre Punto, un vino joven de maceración carbónica que demuestra que la calidad no tiene por qué estar reñida con la juventud.
El recorrido por las salas de barricas me permitió entender por qué Remírez de Ganuza es un referente en la crianza. Cada botella pasa un largo tiempo reposando en barricas nuevas de roble francés, seleccionadas cuidadosamente para que los vinos alcancen su máximo potencial. Aquí, el tiempo no es solo un aliado, es un maestro que moldea el carácter de cada añada.
Entre las joyas de la bodega, destaca el Trasnocho, un vino que tiene tanto de técnica innovadora como de tradición. Patentado en 2001, este método utiliza un globo lleno de agua para ejercer una presión suave sobre los hollejos, extrayendo el mosto restante sin oxidación ni fricción. El resultado es un vino estructurado, con intensas notas de frutas negras y especias que llenan el paladar de complejidad y elegancia.
Una cata que redefine el Rioja
El broche de oro llegó en la sala de catas. Allí, rodeado de barricas y envuelto en el aroma del roble, probé tres vinos que resumen el espíritu de Remírez de Ganuza:
- Fincas de Ganuza 2017; 24 meses en barrica (35% nueva y 65% segundo vino. 70% roble francés y 30% roble americano. Un coupage: 90% tempranillo y 10% graciano.
- Remírez de Ganuza Reserva 2016. Vinificado 26 meses en barrica de 225 litros. Crianza en 80% roble francés y 20% roble americano. Un coupage de 88% tempranillo, 9% graciano y 3% mazuelo.
- «Olagar» RdG Blanco Gran Reserva 2016. Crianza de 10 meses en barrica de roble francés y un coupage de 100% viura del viñedo «Olagar»
Visitar Remírez de Ganuza no es solo un viaje por una bodega; es una inmersión en la historia y el futuro del vino riojano. Aquí, tradición e innovación no solo coexisten, sino que se complementan de forma magistral. Salí de allí con la sensación de haber encontrado no solo grandes vinos, sino también una filosofía que entiende que el vino es una obra de arte en constante evolución.
Mientras me despedía de Samaniego, ya pensaba en mi próximo destino en la Rioja Alavesa, pero sabía que Remírez de Ganuza se quedaría conmigo, en cada copa que decida disfrutar de su legado embotellado. ¡Salud y hasta la próxima copa!
Cerrando mi viaje por La Rioja Alavesa con arte, vino y sostenibilidad en Bodegas Murua
El último capítulo de mi experiencia como exploradora de bodegas en La Rioja Alavesa me llevó a Bodegas Murua, una joya enclavada en Elciego que este año celebra su 50 aniversario. Con una copa en mano y rodeado de viñedos ecológicos, descubrí un lugar que logra unir vino, arte y sostenibilidad en una experiencia que rebosa autenticidad y respeto por el entorno.
Un paseo por la historia y el compromiso
Fundada en 1974 por Pedro Masaveu Peterson, Murua fue el punto de partida de lo que hoy es Masaveu Bodegas, un grupo vitivinícola que opera con maestría en varias regiones de España. Aquí no solo se elabora vino de calidad; se respira el legado de una familia cuya pasión por el vino se remonta al siglo XIX.
La familia Masaveu comenzó a invertir en el sector vitivinícola en el año 1974, cuando adquirió Bodegas Murua, pero las plantaciones de viñedo de la familia datan de mediados del siglo XIX, concretamente en Castellar del Vallés de donde es originaria la familia y donde Federico Masaveu Rivell inició los pasos que un siglo más tarde continuarían sus descendientes.
Desde entonces, Masaveu Bodegas ha ido creciendo con una firme apuesta por la calidad en la elaboración de sus vinos en diferentes DO´s y por la filosofía ecológica que demuestran y el máximo respeto a la tierra, en las que posee sus propias plantaciones de viñedos, gracias a las cuales logran transmitir, en cada botella, la personalidad única de cada terroir. De esta forma, se unen en un denominador común todos y cada uno de los proyectos de Masaveu Bodegas en diferentes partes y regiones del país: Murua (DOCa. Rioja), Fillaboa (DO. Rías Baixas), Pagos de Araiz (DO. Navarra), Leda (Vino de la Tierra de Castilla y León) y Valverán (Asturias).
Este espíritu pionero de Murua, ahora convertido en un estándar de excelencia, está respaldado por su certificación ecológica al 100% y el prestigioso sello Sustainable Wineries For Climate Protection (SWfCP). Un simple paseo por los viñedos que rodean la bodega revela un enfoque regenerativo en cada parcela. Más allá de los racimos y las cepas, hay un mensaje: la sostenibilidad no es solo una tendencia, es una responsabilidad.
Una bodega que es una galería de arte
Murua tiene un as bajo la manga que la diferencia del resto: su colección privada de arte, una de las joyas de la Corporación Masaveu. ¿Te imaginas degustar un Gran Reserva mientras contemplas un grabado de Goya o una pintura de Miquel Barceló o del mismo Sorolla? Pues eso es exactamente lo que puedes hacer aquí.
El interior de la bodega, una tradicional casa solariega, está decorado con esculturas, grabados y pinturas que abarcan desde el siglo XVI hasta el XXI. Cada rincón parece un rincón de un museo cuidadosamente curado, y entre cada sala y cada copa, descubrí que el arte y el vino tienen algo en común: ambos nos transportan a otra dimensión.
Y para los bibliófilos, la guinda del pastel está en la biblioteca de Murua, que alberga más de 2.400 libros y revistas dedicados al mundo del vino. Desde manuales técnicos hasta obras literarias, este lugar es un paraíso para cualquiera que quiera explorar el vino más allá de su aroma y sabor.
En la sala de catas, tuve la oportunidad de recorrer el portafolio de Murua, desde el fresco Murua Blanco Fermentado en Barrica 2022 hasta el elegante Veguín de Murua Gran Reserva 2016, parte de un exclusivo estuche que la bodega ha lanzado para conmemorar su medio siglo de vida.
Cada vino cuenta una historia, y en Murua, esas historias se combinan con experiencias diseñadas para todos los gustos. Desde la “Visita Terroir”, que te sumerge en los secretos del viñedo, hasta las Catas Flight, ideales para los que buscan explorar los paisajes de La Rioja a través de sus vinos. Todo esto tiene lugar en espacios únicos como el histórico patio interior o el Wine Bar, estratégicamente ubicado para ofrecer vistas inolvidables, haga el tiempo que haga.
Almorzando frente a un Sorolla
Como os comentaba, no siempre se tiene la oportunidad de comer frente a un cuadro de Sorolla, pero nosotros así lo hicimos para degustar un fantástico almuerzo armonizado por los mejores vinos de la bodega.
Aperitivo de bienvenida:
Cremosa de croqueta de jamón – Nuestra Ensaladilla Rusa con ventresca de bonito, gamba y huevo – Estofado de hongos.
Todos armonizados con Murua Blanco Reserva Magnum 2017.
Balacao al pil pil
Falda de cordero con ensalada, patatas y pimientos asados al horno
Armonizado con Veguín de Murua Gran Reserva Magnum 2014.
Texturas de leche
Armonizado con Sidra de Hielo Valverán 20 Manzanas.
La visita culminó con una reflexión frente a los viñedos de Murua, con la Sierra de Toloño como telón de fondo. Aquí, donde el pasado y el futuro se encuentran, entendí que mi recorrido por La Rioja Alavesa había llegado a su fin, pero no sin antes llevarme una lección: el vino es mucho más que un producto; es una experiencia, una cultura y un compromiso con el entorno.
Con la copa en alto y un agradecimiento a cada rincón visitado, cerré esta etapa de mi viaje con el convencimiento de que volveré. Porque La Rioja no solo se bebe; se vive.