Quizás no lo sabías, pero España puso de moda el color negro.
- Que lo sepa todo el mundo: ¡Fue invento de los españoles!
Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo se descubre el palo de campeche, un árbol que consigue un negro intenso que se fijaba bien a la ropa. Por ello los conquistadores ofrecieron como regalo al monarca el palo de campeche y la cochinilla que era para el tinte rojo. En aquél entonces Felipe II sabía que si imponía esa moda a él le tendrían que comprar el tinte y eso se vería reflejado en grandes ganancias para la corona.
Su Católica Majestad decide entonces quedarse con este color para su corte y ceder el rojo para la Iglesia, una potencia que puede hacer frente al desembolso que supone este tinte y engordar así también las arcas españolas. Con el rey más importante de la Cristiandad vistiendo de negro, este se convierte en la moda del momento. La elegancia de la sobriedad del tinte en cuestión ayuda además a realzar la belleza de los cuellos de lechuguilla y golilla y sus encajes de bolillos. Además, y como señala Lucía Llorente, técnica especialista en tejidos del Museo del Traje, tiene también un uso político: frente a la exuberancia de Enrique VIII en Inglaterra, que gustaba de vestir con vivos colores y adornarse con joyas, se impone la sobriedad española. “Se emplea como símbolo de superioridad, de estar por encima de su oponente”, asegura la experta del Museo del Traje. Esta moda seguirá vigente en la corte madrileña hasta la llegada de los Borbones.
Hubo una época en que la moda no se decidía en París, Milán o Nueva York. Era la España de Carlos V y Felipe II, el imperio donde nunca se ponía el sol, quien dictaba al mundo cómo vestir. El arte, reflejo del tiempo y las épocas, es el guía perfecto para acercarnos la moda de los siglos XVI y XVII.
Hoy en día en Francia y España, las pasarelas de moda se engalanan con el color negro. Las rígidas prendas negras se convirtieron en símbolo de poder y la nobleza de las cortes europeas y de los virreinatos americanos empezó a “vestir a la española”.
Si el negro se convirtió en el color de moda, fue por la calidad del colorante, al que se le denominó “ala de cuervo”. Llegó de América, concretamente de México, y su alto coste hizo de este color un lujo anhelado por muchos, pero al alcance de pocos. Fue Felipe II quien impuso por ley, a través de las pragmáticas, esta austeridad por motivos morales y económicos, una moda que alargaron Felipe III y Felipe IV.
La moda ha sido la gran olvidada en muchas ocasiones cuando se trata de analizar las distintas expresiones artísticas. Sin embargo, es innegable su capacidad para reflejar la evolución de la sociedad a lo largo de la historia. Un buen ejemplo de ello es la vestimenta de los monarcas a lo largo de distintos periodos históricos, que nos ofrece una visión muy interesante de las tendencias estéticas de cada época.
Si nos centramos en el negro, color que siempre ha sido asociado con la elegancia y la sobriedad, encontramos dos claros referentes históricos: por un lado, los franceses, que lo han identificado con Coco Chanel y, por otro, los españoles, que fueron los primeros en convertirlo en un sinónimo de distinción.
No podemos olvidarnos tampoco del trabajo de Balenciaga, otro de los grandes diseñadores españoles que vuelve a reivindicarlo como un color fundamental. En su caso, además, es un homenaje al traje a la española, al que hace continuas referencias en su carrera.
El famoso modisto español Cristóbal Balenciaga se ha ganado un lugar privilegiado en la historia de la moda, gracias a su habilidad para utilizar el color negro como un medio para crear auténticas obras de arte en la pasarela.
En septiembre de 1938, la editora de moda Diana Vreeland, publicó en la edición estadounidense de Harper’s Bazaar unas palabras que, en su momento, causaron gran revuelo: “Aquí el negro es tan negro que te golpea. Grueso negro español, casi aterciopelado, como una noche sin estrellas que hace que el resto de los negros parezcan casi gris”. En ese entonces, Balenciaga ya había demostrado su maestría en la confección de prendas de vestir, y en especial, en el uso del color negro.
Para Balenciaga, el negro no era solo un color, era una materia prima fundamental en la creación de sus diseños. Era capaz de jugar con la luz, de hacer vibrar las texturas, de lograr efectos opacos o transparentes, de hacer brillar la suntuosidad de las telas y de resaltar la aparente simplicidad de sus cortes.
Para Balenciaga, la moda era más que solo seguir tendencias, era una expresión artística en sí misma. Y su habilidad para transformar el negro en un elemento clave en la creación de su obra, le permitió convertirse en uno de los grandes genios de la moda de todos los tiempos.
Porque, como dijo Vreeland, “cuando una mujer entra en una habitación vestida de Balenciaga, ninguna otra existe”. Y es que, para Balenciaga, el negro no solo era un color, sino un verdadero estado elemental, un fiel protagonista en la obra de su creación.
Volviendo al tema que nos ocupa, la vestimenta del monarca debía ser acorde a los valores que se pretendían transmitir en aquel momento: decoro, humildad y honestidad. Por eso no es de extrañar que optara por el color negro, que además de simbolizar todo ello, resultaba más económico debido a las dificultades que había en la época para fabricar tejidos duraderos de otros colores.
Aunque asociemos el negro con la melancolía y la tristeza, lo cierto es que en aquellos tiempos las razones eran puramente prácticas. La vestimenta negra simbolizaba la opulencia, ya que era muy complicado conservar los tejidos de este color de forma duradera. Fue la llegada de los conquistadores españoles a América lo que permitió el descubrimiento del palo de campeche, un árbol desconocido hasta entonces en Europa que permitía conseguir un negro intenso y duradero en los tejidos. De ahí que se conociera como “negro ala de cuervo”.
En definitiva, la moda ha sido un reflejo de la evolución social y económica a lo largo de la historia, y el color negro ha sido uno de los grandes protagonistas en este proceso. Una anécdota que demuestra cómo la moda ha sido un arte capaz de transformar la percepción de un color, y de convertirlo en símbolo de distinción y elegancia.
En Francia por el origen del negro como símbolo de elegancia te remitirán rápidamente a Coco Chanel. Vale que el “petite robe noire” fue una revolución de aquella dama de gran carácter y que Yves Saint Laurent hizo lo propio décadas después convirtiendo en icono sexual a Catherine Deneuve de la mano de Luis Buñuel en ‘Belle de jour’, pero que no se atribuyan la invención del poder del negro. Porque nosotros lo hicimos siglos antes.
Hubo un tiempo en el que España marcaba la pauta mundial y todo lo que se hacía en nuestra corte servía de inspiración de puertas afuera. Felipe II impuso una moda universal que todos los países del continente imitaban: “vestir a la española”. Es entonces cuando se empieza a identificar el negro como el color de la elegancia suprema. Cuando el sol no se ponía en nuestro imperio, nosotros marcábamos las tendencias.
La difusión de la indumentaria de la corte española tuvo su mayor auge entre 1550 y 1650. Si bien al inicio del Renacimiento se impuso en Europa la influencia italiana, con un estilo grandilocuente de colores alegres , pronto el cambio de los ejes de poder desembocó en la preeminencia del estilo español, que estaba influido por el ascetismo medieval.
Carlos I y Felipe II fueron los grandes valedores de esta nueva tendencia. En consonancia con la rectitud religiosa que querían proyectar al mundo, la dinastía de los Habsburgo adoptó en la corte un estilo de gran sobriedad, caracterizado por el uso de colores oscuros y prendas ceñidas, sin arrugas ni pliegues y aspecto rígido, sobre todo en las mujeres que usaban verdugado o guardainfantes (una falda hueca compuesta por un armazón de alambres o madera). Este estilo era sumamente incómodo para las mujeres, que necesitaban horas para vestirse. No obstante, la apariencia rigorista, de tonos oscuros, incorporaba algunos detalles de color como cadenas de oro o la cruz de alguna orden. Y en el caso de las mujeres, estaban permitidas algunas concesiones más en forma de complementos.
Rápidamente esta moda se extendió por Europa, sobre todo en Holanda, Francia, Flandes e Inglaterra. Felipe II mantuvo la estética planteada por su padre Carlos V, pero le añadió la tradicional gola con la que el Monarca aparece en todos sus retratos. La gola era un adorno fruncido o plegado utilizado por hombres y mujeres alrededor del cuello que ya se empleaba en el centro de Europa desde la Edad Media. Y, por influencia directa del Imperio español, otras prendas fueron popularizadas como capas, corsés y guardainfantes (prenda con que podían ocultar su estado las mujeres embarazadas).
En una sociedad regida por la condición social y la importancia de ser hijo de alguien, “hidalgo de solar” la apariencia terminó por convertirse en una obsesión. A comienzos del siglo XVII, el traje nacional, sobrio y de color negro del periodo de Felipe II, dio paso a una moda más excesiva en adornos durante el reinado de Felipe III. El Barroco en todo su esplendor incorporó al traje negro perlas, perfumes, pedrerías, telas exóticas, e incluso la clásica gola fue desplazada por la lechuguilla (cuello exagerado en forma de gran abanico).
Los motivos dorados sobre el negro y el encaje en la toca y los puños eran un distintivo, tanto en hombres como en mujeres, de la pertenencia a la nobleza. El abanico, no se introdujo en Holanda hasta el siglo XVII y era también prueba de un alto nivel socioeconómico.
Seguramente te preguntarás por qué nadie había reivindicado para nosotros este “invento”. La leyenda negra que se generó a nivel internacional para perjudicar a la corte de Felipe II trató de identificar el negro que lucía el rey con una sociedad oscurantista, melancólica, sobria y triste. Pero nada más lejos de la realidad: “El uso del negro por la corte española no tiene nada que ver con el estado de ánimo de Felipe II por la muerte de su tercera esposa”, afirma Lucina Llorente, técnica especialista en tejidos del Museo del Traje. “Las razones fueron económicas”.
Es entonces cuando se empieza a identificar el negro como el color de la elegancia y realeza. Pero como en todo lo que está de moda, suelen surgir algunas ideas para desprestigiar, por ello se creó una leyenda negra que se difundió a nivel internacional.
La importancia económica de los tintes de las Indias
Cuando los castellanos llegan a las indias, se quedan maravillados con la belleza, y la intensidad del colorido usado por las culturas indígenas. Allí encontraron materias, colorantes y técnicas tintóreas nuevas para ellos y que España supo comercializar muy bien durante siglos. Con el auge de los nuevos tejidos y colorantes provenientes de la Indias, se consolidó la expansión de la mayor actividad industrial de Europa, la textil. Tras el oro y la plata, el comercio de estos revolucionarios tintes fue lo que produjo mayores réditos a la Corona y a los mercaderes que lo suministraban.
La corte española vestía de gala absoluta. Recordemos que, hasta no hace mucho tiempo, en la generación de nuestros bisabuelos y abuelos, las novias, vestían de negro.
El siglo de Oro español, que mas que un siglo fueron dos, coincide con el auge de la hegemonía política, militar y cultural del Imperio español durante los siglos XVI y XVII. El desarrollo de las ciencias, las artes, la técnica y la expansión de la lengua castellana, merced a esa hegemonía global hizo que desde toda Europa se quisiera imitar a la potencia dominante. En Europa se impone “vestir a la española”.
Felipe II detestaba vestir con telas de colores y lujosas como había sido costumbre hasta entonces, tampoco era amigo de las joyas. En una carta que envió a una de sus hijas decía: “Me quieren hacer vestir de brocado muy contra mi voluntad, porque dicen que es la costumbre de aquí”, refiriéndose a la corte de Flandes.
Además, con el rey más importante de la cristiandad vistiendo de negro, este color se convierte en la moda del momento.
De su personalidad podemos decir que se trataba de un hombre modesto, sobrio que se alejaba de los lujos y excesos. Culto y extremadamente religioso.
Con el reinado de Felipe II, la monarquía española fue la primera potencia de Europa, porque hubo un momento en que lo español estaba de moda. No sólo nos copiaron la manera de vestir en el resto de las monarquías europeas como símbolo de riqueza, sino que el negro se convirtió en el color de la autoridad y religión tanto de la reforma protestante como de la contrarreforma católica.
Comerciantes de toda Europa se establecieron en Sevilla al reclamo de las riquezas que llegaban de las Indias. Vivían perfectamente integrados en España, incluso tenían libertad para practicar su religión, aunque no fuese la católica.
Hacia el año 1665 se estima que había cerca de siete mil en la ciudad hispalense. Uno de aquellos que llegaron fue el holandés Josua van Belle.
Estos ricos comerciantes mostraban su opulencia, como no podía ser de otra manera, con su modo de vestir, dando trabajo a muchos talleres y en el caso de nuestro protagonista a artistas como al gran pintor Sevillano Bartolomé Esteban Murillo.
La manera de vestir de los pobres, o como se les conocía la “gente del común”, no tenía nada que ver con la gente de la nobleza. Como en otras épocas la moda constituía otra marca diferenciadora entre las diferentes clases sociales. Si embargo trataban de emular a los ricos y se vestía de negro, aunque los tintes fuesen de muchísima menos calidad. Hidalgos venidos a menos, estudiantes, pícaros, artesanos, mucha gente como pasa hoy en día, trataban de hacerse pasar por lo que no eran y qué mejor modo de hacerlo que vistiendo de riguroso negro como el muchacho de este cuadro. La pintura fue realizada por otro sevillano inmortal, Diego Velázquez su nombre es Vieja friendo huevos y se encuentra en The National Galleries of Scotlan en Edimburgo.
El imperio español alcanzó con este reinado su máximo esplendor contando con posesiones en cada uno de los cinco continentes.
La corte española se convirtió durante los siglos XVI y XVII en el mayor epicentro político de Europa. La hegemonía militar, política y cultural del Imperio español hizo que desde todo el continente se miraran con atención las modas y tradiciones que proponían los castellanos. Así, como más tarde ocurrió con Francia, el castellano se convirtió en una de las lenguas de referencia en Europa, los pintores españoles inmiscuyeron su estilo entre flamencos e italianos, y la vestimenta de los Reyes españoles dio lugar a una peculiar moda: “Vestir a la española”. Y en el color negro encontró el monarca la forma de trasmitir discreción y modestia ante tanto éxito.
Felipe II, al ser el rey más poderoso, se convirtió en un claro objetivo por parte de los extranjeros para dañar su imagen y su reputación, algo que no podían conseguir en las batallas o en los despachos. La forma de vestir, por supuesto, también se utilizó en su contra.
Hasta la revolución industrial del siglo XIX en la que se consiguió ‘popularizar’ la fabricación de textiles y aparecieron los tintes industriales, el vestido era un bien de lujo. Antes del descubrimiento de América, el negro era un color imposible de mantener de manera duradera en los tejidos por lo que vestirlo era símbolo de riqueza. Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo se descubre el palo de campeche, un árbol que consigue un negro intenso que se fijaba bien a la ropa. “Los conquistadores ofrecen como regalo al monarca el palo de campeche y la cochinilla”. “Felipe II sabe que si impone esa moda le tendrán que comprar a él el tinte, lo que supondrá unos grandes ingresos para la corona”.
Palo de Campeche, la planta más campechana que vistió al Imperio Hispánico.
La moda del siglo de oro marcada por el poder territorial y el dominio de lo hispano se caracterizaba por cuellos almidonados y gorgueras blancas que resaltaban el negro brillante de los trajes. Era signo de elegancia y dignidad en la nobleza, y siempre había sido complicado y caro de conseguir hasta que se descubrió el palo de campeche.
El palo de campeche, también conocido como palo de tinte, es un árbol espinoso originario de México que se encuentra principalmente en los estados de Yucatán, Campeche y Tabasco.
Este árbol espinoso, cuyo nombre científico es Haematoxylon campechianum, pertenece a la familia de las leguminosas y es muy abundante en la península del Yucatán, en concreto en el estado de Campeche, de donde adopta su nombre. El color se conseguía hirviendo las astillas de la madera y su tintado podía durar entre cinco y seis días. El tono final era intenso y muy bonito.
Los mayas antiguos ya utilizaban su madera como adornos y su tinte para teñir mantas y vestimentas, obteniendo colores como el negro o el café.
El codiciado tinte prehispánico fue descubierto por los conquistadores españoles que vieron su potencial y lo utilizaron para teñir telas en Nueva España. Precisamente, el conquistador Marcos de Ayala Trujeque, maravillado por el negro perfecto y duradero que se obtenía, empezó a utilizarlo para teñir las telas. De ahí pasó a la Corte Española de Felipe II para convertirse en símbolo de poder y nobleza, imagen de un reino poderoso.
Su revalorización y demanda llegó hasta Francia, Inglaterra y Holanda, convirtiéndose en objeto de deseo de piratas ingleses y franceses.
A pesar de que España era dueña de la producción, se vio obligada a conceder el corte de árboles y maderas del palo de campeche a varias compañías inglesas debido a la presión de los piratas y sus saqueos para hacerse con el codiciado botín.
Es curioso cómo el color negro, que se convirtió en símbolo de nobleza y elegancia, fue asociado después con el oscurantismo de una época y sociedad, lo que ha contribuido a la denostada leyenda negra y la hispanofobia que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a la historia de España.
La forma de vestir de los monarcas españoles contrastaba, por poner un ejemplo, con la fastuosidad y exuberancia de la vestimenta de la corte inglesa. Como ya hemos comentado, si buceamos por unos instantes en la iconografía pictórica del instante descubriremos que Enrique VIII gustaba vestirse con vivos colores, muy alejados de la paleta cromática de la corte española. El negro se mantuvo en este sentido tal como estandarte monárquico durante toda la dinastía de los Austria. No obstante, con la llegada de los Borbones agonizó; Si bien es cierto que Felipe V lo mantuvo a lo largo de los primeros años de su reinado con la finalidad de ganarse el favor del pueblo español.
En el siglo XIX el negro volvió a entrar en escena, en este caso de la mano de los tintes artificiales, por ejemplo, que adoptaron los poderosos hombres de negocios. Desde luego no ha salido de nuestras vidas y su maridaje con el blanco es símbolo de glamour, de ahí que no nos sorprende que encontremos esta asociación en los vestidos de la alfombra roja o en el esmoquin. Por cierto, este traje masculino deriva del término inglés smoking jacket –chaqueta para fumar- que era una prenda que se colocaba acerca del traje común para evitar que el olor del tabaco impregnase el tejido. Regresando al árbol del campeche, prosigue de plena actualidad en los laboratorios de todo el mundo puesto que de su madera se extrae un colorante llamado hematoxilina que se utiliza en Estados Unidos para teñir estructuras biológicas.
¿Hay vida más allá del negro?
Gracias a la gran maestría de los pueblos originarios de las Indias, que desarrollaron una verdadera ciencia de los tintes, conocemos una amplia variedad de colorantes además de palo de campeche, como la grana cochinilla, el añil y el achote, pero ya es otro cantar que abordaremos en otra ocasión.