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DE LA MESA AL LIENZO

La comida y el acto de comer, como elementos centrales de la propia vida, han estado muy presentes en el arte desde la antigüedad. El bodegón es el género más conocido, en el que animales, frutas, verduras, flores y toda clase de objetos inanimados son tomados como objeto de representación.

Además de su valor estético y técnico, el género de la naturaleza muerta también se ha convertido en un valioso documento para comprender nuestro pasado. El bodegón nos permite observar alimentos y utensilios de cocina, pero también adentrarnos en las tradiciones, costumbres y valores que configuran la gastronomía y los rituales sociales vinculados con la comida en distintos ámbitos temporales, geográficos y culturales.

Desde una mirada actual, los bodegones del Museo del Prado nos invitan a reflexionar sobre temas actuales en torno a la comida. ¿Qué papel juega la industria alimentaria en el modo en que comemos? ¿Nos alimentamos de forma sostenible, ecológica, ética, o al menos nutritiva? ¿Qué relación mantiene la comida con el territorio? ¿Cuál es su peso en las celebraciones comunitarias? ¿Cómo han influido la multiculturalidad y la globalización? ¿La ingeniosa cocina de autor es una moda pasajera o aporta nuevas experiencias? ¿Estamos perdiendo los modos tradicionales de cocinar y de alimentarnos?

¿Qué pasaría si no encontrásemos alimentos tan limpios y elaborados como están en los supermercados? ¿Sería igual de rápida su preparación? ¿Podríamos comer lo mismo en cualquier parte del mundo? ¿Seguiríamos desperdiciando tanta comida y generando tantos residuos?

Para nuestros abuelos, la obtención y elaboración de sus propios alimentos suponía gran parte del día. Actualmente el tiempo dedicado a la comida se ha reducido drásticamente y ha sido delegado en manos de “otros”. Este distanciamiento dificulta la adquisición de conocimientos básicos sobre la producción y la calidad de lo que compramos y comemos.

El ritmo de vida contemporáneo ha popularizado la comida basura. Pero el Fast Food además de trastornos alimentarios causa grandes impactos ambientales y destruye las pequeñas comunidades agrícolas. Para combatir el Fast Food ha surgido el Slow Food, movimiento que conjuga la eco-gastronomía con la defensa de la biodiversidad agroalimentaria.

El artista Klaus Picher reflexiona sobre el despilfarro de alimentos causado por la producción globalizada. En su obra une una imagen de comida en estado de putrefacción con un texto que aporta datos sobre el impacto real que supone no consumir productos locales y de temporada.

Luis Egidio Meléndez es uno de los bodegonistas españoles más reconocidos tanto a nivel nacional como europeo. El Prado posee un importante conjunto de obras suyas, que proceden del Palacio de Aranjuez y responden a un encargo para el entonces Príncipe de Asturias, el futuro rey Carlos IV. Su pintura nos permite aproximarnos a la alimentación de las clases populares en el Madrid del siglo XVIII.

En la imagen, un limón solitario y una rodaja de salmón fresco se ubican sobre una mesa de madera, en compañía de un grupo de cacharros de cocina. Una vasija de cobre, un cazo de bronce con un larguísimo mango y un puchero tapado por un recipiente de loza, del que sobresale el mango de un cucharón.

Meléndez asumió el tradicional reto de la pintura de bodegones, que exigía la imitación de los objetos con el mayor realismo posible, logrando una precisión casi fotográfica. El artista ordena sabiamente los espacios, las formas y los colores, combinando los alimentos con la geometría de botellas, jarras y utensilios de cocina. La aparente monotonía en sus bodegones esconde una sutil variedad que invita a ser vista y degustada con toda calma.

Hoy en día es frecuente hablar sobre recetas personales y ver los populares programas de cocina en los medios de comunicación. Esta moda nos impulsa a explorar distintos modos de creación culinaria y a convertirnos en grandes chefs. El abanico es muy amplio, desde las recetas tradicionales hasta las más contemporáneas, desde las más sencillas a las más arriesgadas, desde sabores locales a sabores exóticos. La experiencia vital y cultural de cada persona es determinante a la hora de cocinar, y es ahí donde radica el valor de lo cocinado.

Los bodegones de Meléndez son capaces de despertar el apetito a través de los ojos.

HISTORIA DEL BODEGÓN

El bodegón, también llamado naturaleza muerta, aparece como género pictórico independiente en el siglo XVII. Antes, los objetos inanimados como flores o frutas formaban parte de composiciones de otras temáticas. La Reforma protestante es clave en el desarrollo del bodegón. El mecenazgo de obras de temática religiosa desaparece, y los artistas de los Países Bajos empiezan a pintar escenas de la vida cotidiana, retratos, paisajes, vistas de ciudades y, por supuesto, naturalezas muertas. En estas últimas los artistas tenían una libertad total para escoger los objetos que quisieran; así, estas obras se convirtieron en un magnífico medio de experimentación técnica en el que hacer estudios de color o practicar las calidades. Dado el éxito experimentado, el bodegón pronto llegó a Italia y de allí pasó a España. Es seguramente uno de los fenómenos artísticos más relevantes del paso del Renacimiento al Barroco.

Es interesante la diferencia que existe entre los bodegones protestantes y los católicos. En los Países Bajos y Alemania estas obras muestran la riqueza y las comodidades de una clase social privilegiada de una forma alegre y orgullosa. En los países católicos como Italia y España el bodegón o «vanitas» incluye un contenido religioso y alude directamente a la caducidad de la vida y de las riquezas terrenales.

Caravaggio fue el primer gran pintor de naturalezas muertas. De él es uno de los primeros bodegones de la historia y seguramente el más célebre de ellos es Canasta con fruta, pintado en torno a 1599. En esta obra el pintor demuestra su maestría colocando la cesta en el borde de una mesa, invadiendo el espacio del espectador de una forma sencilla pero muy efectista. También retrata con total realismo la calidad del mimbre entrelazado que contiene las frutas. Y muestra un variado repertorio de frutas del final del verano: las uvas negras y blancas ya maduras, membrillos, manzanas, melocotones, higos. Todo ello adornado con las hojas de los árboles que han dado cada fruto: hojas de higuera, de membrillo, de melocotonero. Incluso algunas de ellas con daño, en un soberbio alarde de realismo y observación.

El siguiente maestro de las naturalezas muertas fue Chardin, que en el siglo XVIII consiguió revitalizar el género, que por entonces estaba poco considerado. Gracias a su famoso Bodegón con gato y raya ingresó en la Academia Real Francesa. De él conservamos muchas naturalezas muertas en las que estudió las calidades y texturas de una gran variedad de objetos como ollas de cobre, vajillas de porcelana pintada, la transparencia de objetos de cristal, así como flores, frutas y animales.

A finales del siglo XIX, los impresionistas ven en este género y en el de paisaje el campo perfecto en el que practicar sus novedosas teorías cromáticas y lumínicas. Manet y Renoir destacan en sus composiciones de flores y frutas llenas de color. Manet llegó a decir que “un buen pintor se reconoce por su capacidad para expresar la simplicidad de un fruto”.

Posteriormente, Cézanne desarrolla su particular concepción del espacio y la forma, más próximo a una materialidad más realista y eliminando el rigor de la perspectiva. También Van Gogh pintó varios bodegones, la mayoría de las flores, en los que plasmó su estado de ánimo y sus sentimientos más profundos. Es muy conocida su obra Jarrón con doce girasoles, en la que trata de pintar cada una de las flores de manera individualizada con gran detalle. La pincelada, el dinamismo de los pétalos y el color amarillo muy luminoso en contraste con el azul del fondo hacen que la composición deje de ser una simple representación de objetos para convertirse en la expresión de la pasión del artista.

Ya en el siglo XX, durante las vanguardias, el bodegón experimenta todo tipo de cambios y ensayos. Los cubistas utilizaron muy frecuentemente este género, ya que los objetos inanimados son la mejor referencia posible para ensayar la descomposición de las formas que proponían. Pintores como Picasso o Braque practicaron el bodegón en diversas formas incluyendo el collage, en el que no sólo representaban objetos sino que los incorporaban físicamente a la obra.

El último artista conocido en todo el mundo por su pintura de objetos inanimados es Warhol. Él creía que un pintor debía plasmar en su arte la sociedad que le rodeaba y por eso elevó a obra de arte objetos de la vida cotidiana que dicen más sobre nuestra forma de vida contemporánea que muchos otros testimonios culturales. Son famosas Las latas de sopa Campbell, las Botellas de Coca-Cola o las Cajas de detergente Brillo.

VELAZQUEZ ELEVÓ LOS BODEGONES A LA CATEGORÍA DE ARTE MAYOR

“La vieja friendo huevos”

Entre las obras realizadas por Velázquez durante su etapa sevillana, Vieja friendo huevos es una de las pocas que se fechan casi con total seguridad, apostándose por el año 1618. Su popularidad ha hecho de ella una de las escenas más significativas del Barroco español. El asunto tratado por el maestro supone una absoluta novedad, ya que hasta ahora nadie se había atrevido a representar en la pintura española escenas tan aparentemente triviales como ésta. En primer plano vemos a una anciana cocinando unos huevos en un hornillo de barro cocido, junto a un muchacho que porta un melón de invierno y una frasca de vino. Ambas figuras se recortan sobre un fondo neutro, empleado para destacar aun más los contrastes entre la luz y la sombra, una de las características que le sitúan en la órbita del Naturalismo tenebrista. En la zona de la derecha contemplamos uno de los mejores bodegones del arte español, formado por varios elementos metálicos, vasijas de cerámica y una cebolla colorada. Para que el espectador pueda contemplar con más facilidad estos elementos, el maestro nos levanta el plano de la mesa y el hornillo de barro, empleando de esta manera una doble perspectiva con la que se anticipa a los impresionistas. El realismo de los personajes es digno de mención; la suciedad del paño con el que se cubre la cabeza la anciana o el corte del pelo del muchacho nos trasladan al mundo popular que contemplaba a menudo Velázquez. Incluso se piensa que la anciana podría ser el retrato de su suegra, María del Páramo, mientras que el muchacho sería un ayudante de su taller, posiblemente Diego Melgar. Los tonos empleados indican el conocimiento de obras de Caravaggio, bien a través de copias bien de grabados; así destaca el uso de los tonos ocres y pardos que contrasta con el blanco, reafirmando ese contraste la utilización de tonalidades negras. La minuciosidad de la pincelada, a base de pequeños toques que apenas son apreciables, contrasta con la factura suelta de sus últimas obras cómo Las Meninas. Más intrascendente es el debate provocado entre los especialistas por la manera que la anciana prepara los huevos, afirmando unos que los está friendo, otros que los está escalfando y otros que los cuece.

LOS POBRES Y LA COMIDA

La comida sí era una obsesión para los pobres quienes lo poco que tenían lo gastaban en subsistir en una sociedad en la que los productos básicos para la alimentación, como la carne, el aceite y el vino soportaban tales impuestos que resultaban prohibitivos. La literatura nos relata una abundante serie de episodios a través de los cuales nos resulta más fácil interpretar el significado de algunas obras pictóricas.

En primer lugar podemos destacar los cuadros que nos muestran la bondad y la caridad de los frailes que se dedican de repartir alimento a los más necesitados. Se da, sobre todo pan, aunque en algunas ocasiones también algún plato sencillo de cocina como advertimos en el cuadro de Murillo “San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres” (óleo sobre lienzo, h.1646. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Madrid), en el que frente a la acción de gracias del santo los pobres parecen estar atentos sólo a sus propias miserias y necesidades. 

Velázquez, en sus obras de la etapa sevillana, con su característico realismo y los claros contrastes lumínicos nos muestra las costumbres culinarias de las clases populares. Ningún detalle ni objeto resulta innecesario en “la vieja friendo huevos” (óleo/lienzo, 1618. National Gallery of Scotland, Edimburgo). Parece un inventario de útiles de cocina donde aparecen tres alimentos importantes: huevos, fruta (melón) y el vino que lleva el muchacho en su mano izquierda.

Ni en “El aguador de Sevilla” (óleo/lienzo, 1620. Wellington Museum, Londres.) que refleja por su parte una figura familiar de cocinas y tabernas y de la novela picaresca.

Encontramos en Velázquez algunos cuadros de personajes populares en torno a una mesa. Nos fijamos especialmente en esta “Escena de taberna” (óleo/lienzo, h.1628. Viscount Windsor) en la que se combina una vez más el bodegón con la pintura de figuras. Hombres, viandas y objetos son tratados con gran detalle y atención. Se advierte sobre la mesa alimentos más sencillos y menos abundantes que la variedad de carnes y aves colgadas al fondo. Destaca el hecho de que las figuras del centro son las mismas que aparecen en “El triunfo de Baco”.

Posiblemente sea ésta una de las obras de Velázquez más famosas y reproducidas; fue pintada para Felipe IV entre 1628-1629, siendo pagada el 22 de julio de 1629. El artista quiso representar a Baco como el dios que obsequia al hombre con el vino, que lo libera, al menos de forma temporal, de sus problemas cotidianos, por lo que Baco se convierte en uno de los borrachos que participan en la fiesta, diferenciándose de los demás por su piel más clara. El asunto ha sido tratado como una escena realista y popular, del mismo modo que si estuviésemos ante una merienda de amigos en el campo; por esto el título original ha sido sustituido popularmente por “Los Borrachos”. Se ha supuesto que el tema mitológico y el aire divertido de la obra fueron sugeridos por Rubens, en aquellos momentos en Madrid. La escena puede dividirse en dos mitades: la izquierda, con la figura de Baco muy iluminada, cercana al estilo italiano inspirado en Caravaggio, y la derecha, con los borrachines, hombres de la calle que nos invitan a participar en su fiesta, con un aire muy español similar a Ribera. En esta obra, Velázquez introduce un aspecto profano a un asunto mitológico, en una tendencia que cultivará aún más en los siguientes años.

UNA CURIOSIDAD

El reto aún no ha terminado, ya que nos gustaría poder ver el aspecto de esa receta tal y como hace el artista Mikkel Jul Hvilshøj, especializado en fotografía publicitaria. Sus imágenes minimalistas ilustran la receta perfecta para un pisto, una papilla o una buena pasta, por ejemplo. Con un estilo gráfico y simple consigue unas imágenes exquisitas.

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