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¿AFRODISIACOS O GASTRONOMÍA ERÓTICA?

Estamos en Febrero y aparte del frío que hace este año en España, es el mes de celebrar con Cupido el mes del amor. Más allá del amor de pareja, a mi me gusta celebrar San Valentín con las personas que quiero…Le dedico este San Valentín a mi amigo Daniel que nos dejó hace unos meses y que todos los años me felicitaba por San Valentín con una cariñosa frase que decía: ¿Quieres ser mi Valentín? Va por ti amigo.

Pero como me fascina el misterio, la mística y la seducción, que mejor que investigar sobre los afrodisiacos y que relación ha tenido el erotismo en la gastronomía a lo largo de la historia tratado con detenimiento, objetividad y un mínimo de rigor científico.

D. Ángel González Vera – Presidente Academia Aragonesa de Gastronomía

Ángel González Vera, Presidente de la Junta Rectora de la Academia Aragonesa de Gastronomía,  es una de la personas que más sabe sobre la relación que ha unido a lo largo de la historia la gastronomía y el erotismo. He tomado como base el estudio y la ponencia que le sirvió como discurso de ingreso en la Academia Aragonesa de Gastronomía, haciendo un resumen del documento,  que es una investigación muy amena y un trabajo de investigación riguroso y académicamente serio.

He buscado y rebuscado información sobre el tema y sinceramente no he encontrado ningún estudio que supere al de D. Ángel González Vera. Espero que este resumen os parezca lo suficientemente interesante para que leáis el documento en su totalidad.

Desde el principio ha existido una estrecha relación entre gastronomía y erotismo. El hombre y la mujer se relacionan sexualmente para procrear y tener descendencia y, por tanto, para conservar su especie, y durante toda su vida necesitan alimentarse para no morir. Sexualidad y gastronomía son, pues, actos ambos esenciales de nuestra vida: la subsistencia y el mantenimiento de la especie dependen de ellas.

El hombre, rey indiscutible de la creación por su condición de ser racional, se revela y entre otras muchas cosas descubre que tanto el sexo como la alimentación pueden ser fuentes de placer, anteponiendo desde ese momento y, en muchas ocasiones, la búsqueda del disfrute hedonista al cumplimiento de la orden divina. Gula y lujuria, acciones humanas consideradas como pecado, tienen igualmente el mismo origen, el instinto de supervivencia. El vínculo entre la comida y el goce sexual queda marcado en nuestro subconsciente desde el mismo momento en que nacemos.

La sensación del bebé amamantado por el pecho de su madre, inmerso en el calor y el olor de su seno, es puro erotismo, y deja una huella imborrable para el resto de su vida.

Esto me evoca el precioso poema de “La nana de la cebolla” de Miguel Hernández y que en sus dos primeras estrofas dice así:

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchaba de azúcar,
cebolla y hambre.

 Resulta, por tanto, comprensible que, desde los principios de nuestra civilización, nos encontremos con datos que indican la aceptación por casi la totalidad de las culturas conocidas de una relación causa-efecto entre determinados alimentos o productos más o menos comestibles y el aumento del deseo y el placer sexual.

A estos alimentos, de procedencia variopinta e insospechada, y de naturaleza tanto animal, como vegetal, a veces mineral, y en algunos casos de la misma naturaleza humana, se les conoce como productos afrodisíacos. La Real Academia Española de la Lengua define afrodisíaco como aquello «que excita o estimula el apetito sexual», siendo su origen semántico el nombre de la diosa Afrodita, diosa griega del amor y de la sexualidad, rebautizada por los romanos con el nombre de Venus.

La primera referencia a los afrodisíacos la encontramos en papiros egipcios del 2000 al 1700 a. C. Igualmente se hace referencia a ellos en la Biblia, así como en textos de la antigua Grecia y en libros hindúes y árabes. Los romanos nos dejan muchas referencias de sus hábitos domésticos y su forma de comer, así como de las prácticas cada vez más refinadas de sus fiestas y banquetes. A todos nos vienen a la mente escenas de cómo debían ser aquellas grandes orgías de la clase patricia romana, en las que se degustaban platos tan singulares como lenguas de flamenco, alondras, lirones cebados, jabalíes rellenos de tordos, etcétera, y en las que nunca faltaban uvas y manzanas, signos del mayor placer erótico.

Culturas como la egipcia, las orientales o la musulmana, nos han dejado un buen número de referencias a productos y recetas que, quizá con un refinamiento y originalidad superior a nuestra cultura cristiana, se han considerado como afrodisíacos. El ginseng, la pimienta, el cuerno de rinoceronte, junto con el opio, la marihuana y la coca, son importantes ejemplos de ello.

Nuestra Edad Media apenas nos deja noticias de la existencia de una cocina relacionada con el sexo, hecho que por otra parte no nos debe extrañar si tenemos en cuenta la praxis que en aquella época imponía la Iglesia católica sobre estas cuestiones.

No obstante, conocemos la existencia de embrujos y bebedizos de amor, llevados a la práctica por mujerucas celestinas o brujas de aquelarre, usados más para vencer las dificultades en la búsqueda de descendencia que en las prácticas amorosas entre enamorados.

Es en el Renacimiento cuando aparece, en las cortes de Italia, Francia y España, el buen gusto de una cocina refinada y cada vez más especializada. Dentro de ese nuevo contexto de la gastronomía galante y noble nos encontramos con platos, condimentos y alimentos que adquieren fama como afrodisíacos, muy convenientes para despertar el gusto por los deseos de una dama o caballero que busca desesperadamente satisfacer sus pasiones amorosas. Catalina de Medicis popularizó el uso del azafrán y la alcachofa como excitantes, alcanzando fama fuera de sus estados el pastel de crestas, higadillos y testículos de gallo, mientras que en las cortes francesas se impone el consumo de ostras, trufas, ancas de rana y mariscos.

En España, el Renacimiento viene adornado por nuestra privilegiada posición, de ser los artífices del descubrimiento de un nuevo mundo. A nuestra cocina, y posteriormente a la de toda Europa, se incorporan novedosos productos, como el cacao, el azúcar, la patata o el tomate, junto con un sinfín de especias. A la mayoría de ellos se les atribuirá, quizá por su novedad y escasez, grandes virtudes afrodisíacas, que todavía hoy perviven. Pero nuestra aportación al disfrute hedonista de una buena comida que convenga al juego del amor, va a ser sustancialmente inferior al insuflado por las costumbres contemporáneas de las monarquías francesa o italiana. Solo la búsqueda de remedios contra una reticente esterilidad, o el interés por aumentar el vigor varonil, harán que aparezcan recetas con marcado efecto afrodisíaco. Todos conocemos las peligrosas dietas a las que debía someterse nuestro soberano Fernando el Católico para «cumplir» con su segunda esposa Germana de Foix.

En estas prácticas era muy usado el membrillo, al que se le atribuían virtudes que propiciaban la atracción amorosa (quizá el particular aroma del membrillo actuase como irresistible atractivo ante los habituales y desagradables olores que solían transmitir los cuerpos de las damas y caballeros de la época). La carne de liebre y el hinojo asado aparecen en el recetario de Francisco Martínez Montillo, cocinero de Felipe III, como productos adecuados para alcanzar los favores de las damas.

De nuevo con la gastronomía y sus posibles efectos eróticos, conviene que, antes de entrar en la enumeración de los productos que en un tiempo o en otro han adquirido la fama de afrodisíacos, digamos que un buen número de ellos han alcanzado este calificativo por su forma o por su parecido con los órganos genitales masculinos o femeninos. Así las ostras, los espárragos, los plátanos, etcétera, son buen ejemplo de ello.

En otros casos, ha sido la asociación de ideas o la sugestión la que ha producido el hecho; comer el órgano vital de un animal nos lleva a pensar que nos permitirá absorber su fuerza o potencia sexual. Y generalizando más si cabe, y aun a riesgo de caer en la estupidez, se puede decir que por regla general todo lo que suena a francés parece más erótico (no es lo mismo decir setas con ajo que champignons a la provençale).

Son muchos, quizá demasiados, los productos que por una razón u otra se consideran afrodisíacos, pero sin lugar a dudas dos son los que reinan sobre todos ellos: la manzana y la uva. La manzana, fruto del árbol del bien y del mal, fue el instrumento con el que Eva sedujo a Adán para que aceptara rebelarse contra su creador; y en la mitología griega se la considera siempre como el fruto representativo del deseo y del amor, el fruto de Afrodita.

En cuanto a las uvas, ninguna fiesta de la Antigüedad que se preciase podía carecer de ellas; la uva era la fruta asociada con el placer y la fertilidad, y con Dionisio, Príapo, Baco y cuanto dios alegre exista, porque de la uva se hace el vino, y sin vino el regocijo y el jolgorio bajan muchos tonos.

Ordenados por su carácter, condición o rareza, citaré a continuación unos cuantos de los que, como antes ya he dicho, constituyen el casi infinito universo de los afrodisíacos, comenzando por los que provienen del mundo animal:

Las ostras son las reinas de la cocina afrodisíaca. Afrodita nace de la espuma de las olas y del interior de una concha. El hecho de consumirlas casi crudas y su semejanza con el órgano sexual femenino, parece que fueron, ya desde los primeros tiempos de nuestra civilización, las razones por las que consiguieron esta fama que todavía hoy conserva. Y muy posible- mente una cosa nos llevó a otras y, por similitud con la primera, también las almejas, mejillones, erizos y el marisco en general se consideran alimentos muy afrodisíacos, y componente obligado de toda comida que de erótica se precie.

La vulva de la oveja, las ubres de la vaca (para las damas) y los testículos de un buen número de animales, criadillas (para los hombres), siempre se han considerado excelentes afrodisíacos, tanto ingeridos de forma directa, o formando parte, como ya antes hemos visto, de muy diversos filtros y conjuros.

Las tortugas o los huevos de tortuga, sobre todo en las culturas orientales, son consumidos de forma desproporcionada por culpa de su exacerbada fama de alimento que da al varón un alto vigor sexual. Tanto ha sido el consumo y tan en peligro se está poniendo la continuidad de ciertas especies de tortugas, que algunos gobiernos de Asia han puesto en marcha campañas disuasorias del consumo de estos galápagos, campañas en las que por lo general una bella muchacha dice públicamente: «No necesito que mi novio consuma huevos de tortuga para sentirme satisfecha».

Los caracoles y las ranas se han considerado por muchas civilizaciones como una carne altamente afrodisíaca. Los egipcios así nos lo han dejado escrito. Quizá la forma de la rana condimentada y convenientemente emplatada, que de alguna forma recuerda unas caderas femeninas, haya contribuido a ello. El caracol es más un alimento promovido por culturas locales y de carácter rural; por eso son muchos los agricultores que consideran que comer caracoles sirve para aumentar el vigor masculino, eso sí, salvando los rigores del verano, tal y como lo predica el proverbio catalán: «En juliol, ni dona ni caracol».

Pero es el reino vegetal el que nos ofrece el mayor número de alimentos afrodisíacos; frutos, raíces, tallos u hojas, consumidos directamente en crudo o cocinados, bebidos en forma de infusiones o usados como condimento o como especia, conforman todo un muestrario de productos que, por una razón u otra, han adquirido fama de favorecer las prácticas de amor y sexo. Unas líneas más arriba ya he mencionado los dos considerados como más tradicionales; seguidamente, y sin que su enumeración sea exhaustiva, repasaremos algunos más:

Las fresas, delicados pezones frutales que en el código del erotismo invitan al amor, son el complemento ideal de una copa de champagne. Paulina Bonaparte, hermana del emperador Napoleón, mujer libidinosa y muy promiscua, después de sus muy numerosas noches de aventuras amorosas, en las que se relacionaba con hombres de toda condición y en las que no le importaba cobijarse en prostíbulos, o cubículos inmundos, para practicar el sexo con mayor libertad, se hacía servir, ya una vez en su palacio, y mientras recibía un baño reparador: ostras, champagne y fresas.

Los plátanos se asocian con la energía erótica en el tantra y son el símbolo fálico por excelencia.

El melocotón tal vez la más sensual de todas las frutas, por su perfume, su textura suave y su color rosado, es la representación elocuente de las partes íntimas de la mujer.

El higo, en la antigua Grecia, era uno de los alimentos sagrados asociados con la fertilidad y el amor.

Los pistachos poseen su fama de afrodisíaco del hecho de ser consumidos, casi permanentemente, por las mujeres de los harenes turcos y orientales, en forma de pastelillos confeccionados con almíbar y miel.

El café, el té y el chocolate tienen valor erótico, sobre todo, por el ritual con el que algunas culturas lo consumen. Participar en la ceremonia del té, en Japón, supone una experiencia que embelesa no solo el gusto del comensal, sino que son también los demás sentidos los que se ven invadidos del misticismo sexual que su ritual pretende.

El chocolate contiene un alcaloide, el theobromine, que eleva el tono vital del que lo consume. Hernán Cortes lo probó en la corte del emperador Moctezuma y no dudó en traer a España plantas de cacao, donde tanta fue la fama que adquirió como producto afrodisíaco, que las damas de la nobleza española lo consumían en secreto.

Y qué decir de la miel, alimento de gran poder energético, y que siempre se le ha considerado como un magnífico tónico para el vigor sexual; de dónde viene si no el nombre de «luna de miel»

Ya antes me he referido a ellos, pero no debo dejar de mencionar aquí los vegetales que posiblemente más destacan de entre la numerosa lista de afrodisíacos: el ajo, la alcachofa, la berenjena, los espárragos y, la que posiblemente alcance el mayor número de adeptos en nuestros días, la trufa, también llamada testículo de la tierra; su aroma, su sabor y, por qué no decirlo, su alto precio, la convierten en el centro de la mayoría de las mesas donde se sirven menús erótico-festivos.

No podemos abandonar esta relación de productos vegetales afrodisíacos sin referirnos a las hierbas aromáticas, raras y de muy diversa condición, usadas en la cocina erótica, bien como condimento, bien en consumo directo o bien en forma de infusiones o cocimientos.

Por citar unas cuantas, de entre las muchas que se conocen, decir que se consideran hierbas muy eróticas: la albahaca, la alcaparra, el anís, el azafrán, la canela, el cardamomo, el curry (mezcla de diversas hierbas), el jengibre, la menta, la mostaza, el tomillo, el perejil, la vainilla, etcétera. En la actualidad, destacan como afrodisíacos de mayor fama, quizá por su exotismo o su alto precio, el azafrán, la canela, el curry y la vainilla, constatando también, como las últimas tendencias de la cocina erótica apuntan el uso de hierbas que hasta ahora se usaban con éxito como plantas medicinales, tales como el cilantro, la melisa o toronjil y el estramonio.

Y si, como bien antes ya he dicho, este trabajo se ha marcado como principal objetivo tratar solo temas de gastronomía, no me resisto, aunque solo lo haga brevemente, a dedicar unas líneas a lo que se denominan los afrodisíacos de la aromaterapia.

Indudablemente, algo tienen que ver los aromas con la cocina, más si nos fijamos en las nuevas tendencias de la cocina moderna, y por ello no nos debe extrañar que algunos platos culinarios hayan adquirido el carácter de afrodisíacos precisamente por el aroma que desprenden. Se dice que hay aromas que despiertan la pasión y otros que la apagan. Ciñéndonos a los primeros, resaltaremos como los que tienen un reconocimiento mayor y más extendido a lo largo de nuestra historia los siguientes:

Jazmín. Su fragancia es deliciosa y su efecto ha sido conocido desde los tiempos de los marajás y los sultanes de oriente. En la India se lo conoce como el rey de la noche, y las mujeres lo usan para seducir a los hombres poniéndose en el pelo flores de jazmín al caer la tarde. Es usado en las bodas como guirnalda por su grato aroma y su efecto embaucador.

Rosa. Es la reina de las flores. Su delicada fragancia nos seduce y su efecto también debe ser seductor. Cleopatra tomaba baños de leche con pétalos de rosa.

Vainilla. Todos conocemos su aroma dulce y penetrante. Se cree que es afrodisíaco porque su aroma nos trae recuerdos de la leche materna.

Jengibre. Tiene un olor fuerte y un efecto estimulante.


Clavo. Sus efectos, aun teniendo que soportar un aroma no excesivamente agradable, se consideran altamente estimulantes sexualmente hablando.

Ylang ylang. También conocido como flor de cananga. Es un árbol de unos diez metros propio de las selvas húmedas. Sus flores son de color amarillo verdoso, de las que se obtiene un aceite cuyo perfume se considera un potente afrodisíaco. Es originaria de Filipinas e Indonesia pero donde más se encuentra es en la Polinesia.

Un buen número de investigadores especialistas en dietética y alimentación, han intentado descubrir cuánto de este amplio e intrincado mundo de los afrodisíacos contaba con una base científica y cuánto era simplemente un mito sin ningún rigor ni verosimilitud.

Para Brewer, científica del Queen Elisabeth Hospital de Norfolk (EE. UU.), alimentos como el chocolate tienen tal textura, sabor y aroma que, al introducirlos en la boca, las numerosas terminaciones nerviosas de los labios, la nariz y la lengua reciben una información capaz de producir ciertas hormonas y otras sustancias como las endorfinas, que actuarán potenciando la euforia y el bienestar anímico de las personas.

Se ha comprobado también que componentes como los fitoestrógenos, abundantes en legumbres y verduras, se han revelado como una buena ayuda para compensar la pérdida de estrógenos propios de la menopausia, etapa fisiológica de la mujer en la que se produce una drástica perdida de la libido, efecto que también ayuda a mitigar una dieta rica en isoflavonas.

Se ha comprobado, asimismo, que un bajo contenido en zinc produce disfunciones de índole sexual, y que son precisamente las ostras las que mayor dosis de este mineral pueden aportar al organismo.

Al picante de los chiles y guindillas se le atribuye la capacidad de provocar la secreción de endorfinas que son un estimulante natural. El ajo contiene compuestos que favorecen la circulación y el flujo sanguíneo, ambas cosas necesarias para la estimulación de los órganos sexuales.

Pero ante estos indicios que parece que pueden explicar por qué algunos alimentos mejoran el comportamiento sexual de las personas, se yergue una gran mayoría de investigadores y científicos que, lejos de aceptar esta posibilidad, prefiere mantener que el nexo entre alimentos y libido es más psicológico que fisiológico.

¿Afrodisíacos o gastronomía erótica?

Conforme el trabajo ha avanzado, mi desconcierto ha ido en aumento. La idea inicial, consistente en realizar una completa exposición de cuánto de verdad o mentira había en la larga lista o en la extensa obra literaria sobre el mundo de los productos afrodisíacos, ha ido dejando paso al mucho más interesante mundo de la cocina erótica. Después de leer y releer libros, artículos y mensajes de diferente procedencia y siempre relacionados con la gastronomía afrodisíaca, la sensación que me domina es la de encontrarme ante un enorme tinglado de escaso valor, con muy bajo interés culinario y aún menos valor hedonista y emocional, o lo que es lo mismo, ante un engañabobos de toma pan y moja. Ninguna de las sensaciones o efectos atribuidos a los diversos productos calificados como de alto contenido erótico, han sido comprobadas formalmente o contrastadas por una investigación seria y con un mínimo rigor científico. Realmente nadie sabe y mucho menos le preocupa si tal o cual virtud atribuida al cilantro o al ginseng rayado, por ejemplo, se cumplían en realidad. La sensación que me invade cada vez con más fuerza es que se está haciendo uso del impulso erótico que en mayor o menor medida azuza al ser humano a lo largo de su vida para generar un márquetin, casi siempre muy eficaz, dirigido a promocionar la venta de tal o cual producto alimenticio. Si tenemos que vender algo de escasa aceptación, o de muy alto precio, pongámosle la etiqueta de producto afrodisíaco y probablemente habremos conseguido el éxito; se venderá como «pan bendito» o seguramente mucho mejor. Tal es así, que podemos observar cómo, de un tiempo a esta parte, se están invirtiendo los términos de tal forma que no es el producto afrodisíaco el que nos conduce a lo erótico sino que es el erotismo lo que nos lleva al producto.

Resulta difícil encontrar una relación causa-efecto entre el consumo de ciertos alimentos y el estado de excitación erótica de su consumidor. Si difícil es hacerlo desde un punto de vista científico más aún lo es desde un nivel práctico. El ensayo de la eminente escritora chilena Isabel Allende, titulado Afrodita, en el que su autora se atreve a profundizar en lo que ella misma califica como proceloso mundo de las relaciones entre comida y erotismo —«las debilidades de la carne que más me tientan»— y en cuya portada figura el subtítulo Cuentos, Recetas y Otros Afrodisíacos, subtítulo que debe servir al lector de aviso sobre su contenido, ya que la escritora Allende nos viene a decir que no acepta que su ensayo sea solo una recopilación de recetas al uso junto a una larga lista de productos y componendas plagadas de rarezas y ex- centricidades, con pretendidas virtudes afrodisíacas, sino algo más:

Justificar la utilidad de una colección de recetas de cocina o de instrucciones eróticas, no es fácil, cada año se publican miles y francamente no sé quién las compra, porque aún no conozco quién cocine o haga el amor con un manual.

Y, efectivamente, la autora Allende nos ofrece una visión encantadora de lo que es a su juicio una cocina sugerente, repleta de sensaciones eróticas y que puede inducir más que doblegar la atracción sexual de muchos amantes, mostrándose escéptica ante las promesas que muchos de los productos catalogados como afrodisíacos ofrecen:

Intentaré aproximarme a la verdad, pero no siempre será posible. ¿Qué se puede decir, por ejemplo, del perejil que genere interés? A veces hay que mentir.

Sin perder el rigor que la historia o la práctica de la cocina que describe requiere, la autora nos va dejando gotas de ironía y sabio humor, que ponen en tela de juicio muchos de los hechos que siempre se han considerado como ciertos. Y aun cuidando mucho de que su narrativa no alcance el nivel y los tópicos con los que habitualmente se adorna y alcanza la literatura erótica o pornográfica, ayudándose de pequeñas confesiones en las que la autora cuenta sus deseos y pasiones más íntimas, conseguirá que el lector se vea invadido en muchos momentos por agradables sensaciones de placer y hedonismo, como si de la mejor narración erótica se tratara.

El hecho fue que, tras leer la obra de Isabel Allende, mi visión sobre los alimentos afrodisíacos cambió; me sentí inclinado a exponer nuevos argumentos y distintos puntos de vista a los hasta aquí empleados, dirigidos a enjuiciar de forma diferente la existencia o no de una gastronomía afrodisíaca.

Merece la pena que recreemos nuestro ego de hombres amantes de la gastronomía saboreando las reflexiones que la escritora Allende nos ofrece en una de las muchas veces en las que deliberadamente deja que el lector penetre en su mundo de fantasías y deseos eróticos, diciéndonos que los gourmets capaces de escoger los platos de un menú escritos en francés y discutir sobre vinos con el sommelier inspiran respeto en las mujeres, respeto que puede transmutarse en apetito amoroso. Les gustan los hombres que saben cocinar y puntualiza:

Los epicúreos que escogen amorosamente los ingredientes más frescos y sensuales, los preparan con arte y los ofrecen como un regalo para los sentidos y el alma; esos varones con clase para descorchar las botellas, olisquear el vino y escanciarlo primero en nuestra copa, para dárnoslo a probar mientras describen el color, la suavidad, el aroma y la textura del filet mignon en el tono que, cree- mos, más tarde emplearán para referirse a nuestros propios encantos, de necesidad, pensamos: este hombre debe tener todos los sentidos afinados, incluso el del humor. Quién sabe… ¡tal vez hasta sea capaz de reírse de sí mismo! Cuando observamos cómo limpian, aliñan y cocinan los camarones, imaginamos su paciencia y destreza para realizar un masaje erótico. Si prueban delicadamente un trozo de pescado para verificar su cocción, temblamos anticipando ese sabio mordisco en nuestro cuello.

Cómo no reconocer la enorme carga erótica que una cena puede contener cuando se escenifica con acierto, eligiendo el momento y el lugar adecuados y que se rodea de una atmósfera sugerente cuajada de elegancia e insinuación.

Recordemos como a lo largo de un buen número de líneas de este trabajo nos hemos preguntado si existe una cocina erótica basada en productos y conjuros afrodisíacos. En mi opinión, la respuesta no resulta sencilla. Podremos afirmar que sí, que existe, o también negar su existencia rotundamente y añadir que todo lo que se dice o se ha escrito sobre ella nos suena a pura fanfarria. También podemos aceptar la existencia de todos o parte de los tradicionalmente considerados como alimentos con propiedades afrodisíacas. Podemos dudar de todo, o aceptar todo, pero de una cosa sí que creo que debemos estar seguros: que cualquiera que sea nuestra posición, solo habrá efectos positivos si al poder del afrodisíaco le añadimos unas buenas dosis de sensibilidad y fantasía y, si es posible, la condición suprema de estar enamorado.

BIBLIOGRAFÍA.- de fuentes electrónicas
discurso de ingreso en la Academia Aragonesa de Gastronomía

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