Amigos lectores,
Estoy super contenta de poder celebrar con todos los que me seguís el primer aniversario de “Sabores, Olores y Colores”. Con este motivo, os quiero hacer un regalo que de corazón espero disfrutéis leyendo. Se trata de un relato que presenté en el VIII Premio Internacional de Relatos de “Mujeres Viajeras“ 2016, dónde además ¡Quedé como finalista!
EL RECUERDO DE UNA EMOCIÓN
Mis mejores tesoros son intangibles. Como aquella noche sentadas en el borde de la escalera del “Lodge” bajo un manto de estrellas. Nos encendimos un cigarrillo y en pleno silencio con solo mirarnos nos entendimos.
Aquella noche de agosto de 2007, el cielo estaba cincelado de estrellas. Era un techo que podías tocar con la mano lleno de ríos de colores azules claros, azules oscuros y anaranjados envueltos en una nebulosa blanca como la leche salpicado de diamantes. Mi amiga y yo nos manteníamos absortas susurrando y estirando el cuello entre las caladas que le robábamos al cigarrillo.
Posiblemente era luna llena. El silencio era absoluto rodeadas de pinos y secuoyas que tocaban el firmamento. Me sentía observada por miles de ojos brillantes de los “Uapitíes” que eran testigos de nuestra estupefacción en comunión con la naturaleza, la fauna y la complicidad de la amistad.
Los “Uapitíes”, son unos de los más famosos habitantes del parque. Estos grandes ciervos pasean por el parque tranquilamente, pastando por las cunetas sin temer a nadie.
La tradición oral de los indios nativos americanos sigue viva y cuentan cuentos increíbles…..como aquella que había leído sobre la mitología de los Navajos y la creación de la Vía Láctea por el comportamiento tramposo del Dios Coyote que enojado con el progreso de las personas Sagradas, arrojó un saco de estrellas por encima de su cabeza, y así formó la Vía Láctea.
Habíamos llegado esa mañana al Gran Cañón del Colorado.
Yo tenía en mente que estaba en medio del desierto, influenciada por la escena final de “Thelma y Louise”, por eso me sorprendió encontrar cada vez más y más vegetación a medida que nos acercábamos a la entrada del parque.
El nombre del “Lodge” ya era evocador y lo decía todo “Yavapai” – “Gente del Sol” – una tribu guerrera que habitaba en la cuenca del Colorado en el estado de Arizona al oeste de Flagstaff bajo el cielo más atrapador que jamás he visto.
Al contrario de los atrapasueños que según la tradición filtran nuestro descanso nocturno, mientras que capturan entre sus redes las pesadillas y las malas sensaciones, permitiendo que los sueños felices desciendan por sus plumas hasta nosotros, yo me sentía flotando enredada en la telaraña de estrellas y caminos de colores que atrapaban mis ojos. La Vía Láctea se inclinaba en la cuna de las cuencas de mis ojos azules y a veces grises para tejer una fina y delicada red capaz de mecerme y hacer desparecer cualquier sensación de gravidez.
Posiblemente era luna llena…..Perdí la noción del tiempo abducida y atrapada ante ese espectáculo que te envuelve y te hace flotar en su mundo de ríos de colores y camino de leche y nata. Era tan majestuoso como asistir al primer día de la creación del mundo.
En palabras de mi amiga Pilar, “Nunca he visto y veré un cielo estrellado tan maravilloso como aquel. Lo tenía todo: La comunión con la naturaleza, el aullido del coyote. Algo se te rompe por dentro. Si al volver a casa eres el mismo, es que no has viajado”.