Si has oído hablar de vinos naranjas y crees que has perdido la cabeza, no desesperes. No sólo no te has vuelto loco sino que estás más en la onda que nunca.
Vino amarillo, vino gris, vino verde, vino naranja, vino azul y vino morado: ¿legales o no? Técnicamente son tres los colores oficiales con que se clasifican los vinos tranquilos: blanco, rosado y tinto. En ellos la gama de tonalidades es amplia. Los blancos pueden pasar por un espectro que comprende desde incoloro hasta dorado con reflejos ambarinos y los rosados desde rosa pálido a naranja intenso. Los tintos presentan variaciones que van desde el violeta intenso al ladrillo viejo.
De forma general, todos estos tonos tienen que ver con la edad del vino pues los blancos y rosados con el tiempo se oscurecen mientras que los tintos se aclaran. El color resultante, en principio, lo determina el tipo de uva, su madurez y la maceración de los hollejos. Vinos sin paso por barrica presentan tonos más vivos pero la crianza en barrica y su duración deja una marca de tonalidad. Falta por añadir el impacto del envejecimiento en botella. Resumiendo, el color del vino tiene que ver con las características morfológicas de la variedad de uva, el momento de la vendimia, sus formas de vinificación y su conservación final.
Hoy día para ser un bodeguero adaptado a las nuevas tendencias parece obligatorio la elaboración de un vino naranja, orange wine o vino de pieles. Se trata de una tipología de vinos que poco a poco va ganando adeptos, en parte por la singularidad de los vinos que ofrece y también por su vinculación a vinos de elaboraciones más libres. Tu foto de Instagram puede quedar mucho mejor si es con un vino naranja. ¿Pero de qué estamos hablando? ¿Cómo son estos vinos? ¿De dónde proceden?
Hoy en día casi puedes armonizar el color de la vajilla de la cena con el del vino en tu copa. Porque los colores “lógicos” del vino como son el amarillo del vino blanco, el rojo picota, granate, rubí o púrpura del vino tinto, o el salmón o rosa del vino rosado, no son los únicos que podemos encontrar, existen más colores y algunos inesperados.
Si recientemente habéis oído hablar de vino naranja pero todavía no os habéis animado a experimentar, no tengáis miedo: ha llegado a vosotros para sacaros del hastío del blanco clásico de librillo.
No se trata de un vino de moda: simplemente pasa por un resurgir en un momento oportuno, dado que las prácticas naturales en el viñedo y en la viña están en el punto de mira, y su elaboración está íntimamente ligada a la vinificación manual sin intervenciones.
A diferencia de lo que pueda sugerir su nomenclatura, este tipo de vinos nada tienen que ver con las naranjas, pues éstas no forman parte de su elaboración, y no debe confundirse con el vino naranja del Condado de Huelva, acogido a la D.O. y que, en efecto, sí se aromatiza con cáscaras de naranja. Son vinos generosos para cuya elaboración se maceran pieles de naranjas amargas. Vinos con una larga tradición histórica a sus espaldas, que surgen de la elaboración y crianza de un vino blanco aromatizado con cáscara de naranja macerada, seguido del proceso de envejecimiento mediante el sistema de soleras, y que sólo se producen en Huelva y Málaga.
Entonces, ¿qué es realmente un vino naranja?
En términos sencillos, el vino naranja es un vino blanco que se elabora al estilo de los vinos tintos: el mosto de la uva se deja macerar junto a sus pieles durante un período de tiempo determinado, y este contacto tiñe su tonalidad final, que puede ir del amarillo oro hasta el naranja intenso, pasando por distintas tonalidades oxidadas, en función de cuánto tiempo se deje con los hollejos.
El origen y la tradición
Los vinos naranjas nacieron en el Cáucaso hace más de 6000 años. Así que, aunque ahora se hable mucho de ellos, no se trata de un nuevo tipo de vino. Por aquel entonces, el vino en Armenia y Georgia se producía en ánforas de arcilla o terracota de 500 a 800 litros. Las llamadas “kvevri”, que permanecían enterradas bajo la superficie.
Ahí dentro, las uvas blancas fermentaban y maceraban con la piel y las pepitas, pero lo hacían de una manera bastante más tosca y rudimentaria que en la actualidad. Por supuesto, antes tampoco se agregaban levaduras ni se controlaba la temperatura ni la humedad, como se hace hoy en día. El subsuelo se encargaba de todo de manera natural.
La importancia de las tinajas
Desde la antigüedad, la elaboración de este tipo de vino ha estado ligada a las prácticas ancestrales, a la producción manual y natural más primitiva. Resulta lógico pensar que mucho antes de las barricas de madera o los depósitos de acero inoxidable, las ánforas de terracota fueran el recipiente fundamental para la fermentación y la maduración de la uva.
Actualmente, son muchas las bodegas que han querido recuperar este viejo sistema de crianza, aunque se elaboran vinos naranjas también en otros recipientes por todo el planeta.
Estas grades tinajas de barro cocido enterradas en el suelo en la bodega o en el viñedo están preparadas para las largas maceraciones y permiten mantener una temperatura fresca constante. Con la parte superior abierta resultan además más fácil las tareas de removidos y roturas del sombrero.
¿Y esto en qué se traduce? Muy sencillo, en la preservación natural del vino ante uno de los problemas más temidos: la oxidación. Las maceraciones largas crean durante la fermentación mayor cantidad de sulfitos naturales, y hacen que el vino no se oxide sin necesidad de usar conservantes.
Pertenecen al clan de los vinos desnudos
Con todo esto de la recuperación de los sistemas ancestrales de elaboración y crianza, ya habrás caído en cuenta de que el movimiento de los vinos naranjas camina de la mano con el de los vinos naturales y ecológicos. Son muchos los productores que actualmente intentan proteger sus vinos de añadidos químicos y que, entre otras prácticas denominadas ‘naturales’, emplean dosis ínfimas de sulfuroso y fermentan con las levaduras autóctonas. Una vuelta al origen que comparten los vinos naranjas.
Las apariencias engañan
Los vinos naranjas se llaman así por su color, pero también por compartir unas características organolépticas únicas. Son vinos con estructura, tanicidad y riqueza de aromas y sabores. Lo normal al probarlos (sobre todo si los catamos a ciegas) es que nos parezcan más tintos que blancos. Vinos con cuerpo, a veces minerales y con toques salinos, que presentan muy buena capacidad de envejecimiento. Son, como escucharás muchas veces, vinos blancos con alma de tintos.
Ni mejor ni peores, diferentes
El dilema sobre la calidad de los vinos naranjas está a la orden del día, como pudimos ver con los vinos naturales. Desde hace algunos años, la curiosidad de productores y bodegas por estas prácticas no deja de crecer, pero la realidad es que siguen siendo vinificaciones muy singulares y, en muchos casos, desconocidas, que generan todo tipo de opiniones.
Normal, pues además de su peculiar color, los vinos naranjas suelen ser turbios a la vista debido a que no se realizan clarificados ni filtrados antes de embotellar, y esto al consumidor común no termina de gustarle.
Para compensar su falta de limpidez está el sabor. En líneas generales, los naranjas son vinos que suelen sorprender a nivel gustativo después de habernos llamado la atención también en nariz. Su largo proceso de maceración, que puede durar desde una semana hasta varios meses, y ese mayor contenido tánico los hace diferentes de los blancos normales, incluso de los que tienen cierta crianza. Aquí, nunca mejor dicho, para gustos los colores.
¿Por qué no pone nada en la etiqueta?
Porque los vinos naranjas no son una tipología oficial en España ni una mención tradicional que deba ser indicada en la etiqueta, sino una manera ancestral de elaborar vinos que ni siquiera los propios productores han sabido definir nunca del todo.
Parece que fue el distribuidor de vinos inglés David Harvey quien en 2004 les puso el nombre de vinos naranjas, siguiendo la lógica de emplear colores para definir los demás tipos de vinos. Al no indicar en la etiqueta que se trata de vinos naranjas resulta complicado identificarlos. Por eso hay que atender a los pequeños productores e informarse sobre los vinos que elaboran.
Cómo servirlos y con qué acompañarlos
Para que expresen todas sus características y cualidades, los vinos naranjas necesitan de una temperatura de servicio especial. Lo recomendable es no tomarlos demasiado fríos, entre los 13 y los 16ºC. De esta manera podremos disfrutar de toda su singularidad. Para acompañarlos, cualquier cosa. Los vinos naranjas son vinos muy versátiles y gastronómicos, grandes compañeros de todo tipo de comidas: queso curado, pescado azul, carnes a la barbacoa…
Como les pasa a los blancos, su buena acidez se adapta muy bien al pescado y al marisco, pero el cuerpo propio de un tinto los hace igualmente amigos de la carne. Cuantos más meses de maceración, más estructura tendrán y mejor armonizarán a lo largo de la comida, independientemente de lo que comamos.
Acompaña el vino de naranja con platos que también tengan componentes ácidos y contundentes, como los de la cocina marroquí o indonesia. Los pescados y las verduras picantes también funcionan muy bien con el vino”.
Es el tipo de botella que se pide en un restaurante para acompañar las tapas o las ostras, pero este maridaje también es delicioso en casa.
Dónde probarlos sin salir de España
Dentro de nuestras fronteras siguen siendo poco conocidos, pero hay bodegas como la alicantina Joan de la Casa Viticultor que cuentan con vinos naranjas con más de 93 puntos en la Guía Peñín. Es el caso de su Nimi Naturalmente Dulce, un moscatel de Alicante ecológico y de autor muy premiado y exclusivo (se elaboran menos de 1400 botellas). Un vino naranja de moscatel cuyos aromas nos traslada a las costas del mediterráneo.
El vino naranja de la valenciana Bodega Cueva también es interesante. El productor Mariano Taberner utiliza la variedad tardana para elaborar un vino con mucho frescor frutal, que permanece durante tres meses en contacto con sus hollejos.
Pero es el arquitecto Alfredo Arribas quien se lleva la palma en lo que
a rarezas vitivinícolas se refiere en Vins Nus con su SiurAlta Orange, un vino naranja de libro elaborado de manera natural a partir de garnacha blanca, malvasía y cariñena blanca, en el Parque Natural de la Sierra del Montsant. Un vino sorprendentemente aromático, que en boca parece un blanco envejecido en barrica, y que muestra un profundo respeto a los orígenes al seguir una elaboración manual, una fermentación en contacto con las pieles y una crianza de seis meses en ánforas y tinas de acero.
¿Capacidad de expresar un terruño?
Se trata de un tema que genera cierto debate. ¿Pueden estos vinos expresar en su aroma y sabor su lugar de procedencia? La forma de trabajarlos hace que estos vinos estén muy dominados aromática y gustativamente por el propio proceso elaborador, por lo que en la gran mayoría de los casos el sello de vino naranja queda tan adherido al cuerpo del vino que rara vez se permite ver más allá de la propia excelencia del vino.
Pero no os preocupéis, no es el fin del mundo, existen vinos excelentes que aunque bien elaborados no tienen el hada mágica de aproximarnos al viñedo, y sin embargo siguen siendo interesantes. Como siempre sucede en el mundo del vino, debemos ser cautelosos en nuestra afirmación, porque poco a poco van surgiendo mejores ejemplos con vinos que se van acercando al mundo de las grandes marcas. Sin ir más lejos, el mejor ejemplo que conocemos en Guía Peñín de un vino naranja con expresión de lugar es el elaborado por Eulogio Pomares en su proyecto en las Rías Baixas conocido como Fento Wines. Este vino fue uno de los nominados a vino revelación en la Guía Peñín 2018 (año 2017), y es el único vino naranja que ha conseguido alcanzar los 94 puntos, todo un hito en esta tipología de vinos.
Sea por el motivo que sea, la llegada y proliferación de estos vinos en los últimos años es una oportunidad para todos los amantes del vino porque enriquecen un poco más la ya amplía diversidad de estilos que imperan en España. El vino naranja nos permite disfrutar de una tipología diferente que nos aportará también sensaciones diferentes durante su consumo.